Dormir es una función fisiológica de suma importancia para el ser humano. Le ayuda a recuperar energía para sus actividades diarias y se involucra en muchas otras funciones del organismo. Según especialistas, dormir menos de lo recomendado (7 a 9 horas diarias) puede traer consecuencias graves, siendo los malos hábitos de sueño un factor de riesgo en al menos cuatro tipos de padecimientos que afectan la salud.
Según el estudio de la fisiología del sueño, durante éste se llevan a cabo diversos procesos biológicos de gran importancia como la regulación metabólica, la consolidación de la memoria, eliminación de sustancias de desecho y activación del sistema inmunológico. Es por ello por lo que la privación de sueño genera alteraciones conductuales, psicológicas y fisiológicas. A nivel clínico, la falta de sueño o la reducción en la calidad de éste (especialmente de manera regular) se asocia con consecuencias a largo plazo.
La privación del sueño genera un desequilibrio químico. Los signos notables incluyen somnolencia excesiva, bostezos, irritabilidad y fatiga. Además de aumentar el riesgo de muerte prematura, la privación crónica puede inferir en sistemas internos del cuerpo, como el sistema nervioso central; lo cual podría ocasionar alta dificultad para concentrarse y para enviar señales, así como retrasar y disminuir la coordinación. También puede alterar habilidades mentales, creatividad, cambios de humor y el estado emocional.
Además de incrementar el riesgo de otras enfermedades que aumentan la mortalidad como diabetes, obesidad y síndrome metabólico, se considera, los trastornos de sueño son factores para el padecimiento de diversas enfermedades cardiovasculares, como pueden ser: hipertensión, infartos, insuficiencia cardíaca y fibrilación auricular. Es necesario señalar también, la diabetes se ha asociado tanto a dormir poco como con dormir mucho debido a la alteración en la liberación de insulina. Aunado a lo anterior, también se le atribuye el aumento en el apetito y otros trastornos en la conducta alimentaria, por afectar los niveles de leptina y grelina, hormonas a cargo de la sensación de hambre y saciedad.
Los problemas crónicos del sueño se han correlacionado con la ansiedad, paranoia, depresión y comportamiento impulsivo; en asociación bidireccional, también se les considera como agravantes de síntomas depresivos y modificadores en el tratamiento farmacológico para padecimientos psiquiátricos. A nivel neurológico, los trastornos del sueño también son un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedad vascular cerebral, así como deterioro cognitivo o demencia. Especialmente en niños y adolescentes, la interrupción del sueño puede afectar la producción de la hormona del crecimiento.
Dichos padecimientos afectan negativamente a la esperanza de vida del ser humano. La forma más básica para su tratamiento es dormir lo suficiente. De acuerdo con la National Sleep Foundation, los niños (6-13 años) deben dormir de nueve a once horas; los adolescentes (de 14-17 años), de 8 a 10 horas. Se recomienda que la duración del sueño de los adultos jóvenes (18-25 años) y adultos de edad media (26-64 años) sea de siete a nueve horas.
Una falta de conciencia generalizada sobre el impacto de los problemas de sueño puede tener consecuencias graves para la salud pública y, aunque es necesario que un médico ordene un estudio del sueño para diagnosticar un trastorno, las formas de prevenirlo son: tener un horario de sueño establecido y saludable, limitar las siestas durante el día y evitar las comidas pesadas antes de acostarse, así como la ingesta de alcohol y cafeína.
Debido a estas conexiones entre dormir adecuadamente y otras funciones fisiológicas esenciales del cuerpo humano, los especialistas de la salud coinciden en la importancia de corregir los malos hábitos de sueño y atender oportunamente cualquier alteración que pudiese afectar la salud.