Nuestra Constitución política, así como diversos instrumentos jurídicos internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la Convención sobre los Derechos del Niño, reconocen el derecho humano a la educación.
De conformidad con dichos textos normativos, el derecho humano la educación puede ser entendido como un medio particularmente idóneo para que todas las personas, especialmente niños niñas y adolescentes, puedan desarrollar plenamente sus potencialidades morales e intelectuales, de tal manera que estén capacitados para participar en la construcción de una sociedad más justa y libre.
Evidentemente, en la base de esta definición subyace una dimensión filosófica que soporta epistémica, antropológica y axiológicamente dicha manera de entender la educación como un derecho humano. Veamos.
Abrevando de la filosofía occidental y las ciencias sociales en general, podemos decir que el ser humano es un ser que se explica en parte por su dimensión biológico/genética heredada, y en parte por su dimensión sociohistórica. La primera, si bien es verdad que lo condiciona, no lo determina. Es de esta manera que cuando decimos que el ser humano es un animal racional, decimos que su racionalidad supone la existencia de dos facultades: el intelecto, con el que tiende a la búsqueda de la verdad, y la voluntad, con la que busca el bien. Tal condición hace entonces imposible reducirlo a su animalidad pura y dura, para situarlo como un ser que, -siguiendo el dictum aristotélico de “todo ente obra y existe por un fin, y tal fin es su esencia o su perfección”- indefectiblemente buscará su perfección, es decir, la realización de su esencia, a partir del recto ejercicio de la razón, teniendo como presupuesto -y esta es la joya de la corona- su libertad.
Por otra parte, debemos asumir como un presupuesto antropológico, que el ser humano es un animal social, un “zoon politikón”; vamos, un “animal-que-debe-ser-educado”. Dicho de otra manera, el ser humano es un ser que supone intrínsecamente una vocación a vivir en un entorno o en un contexto comunitario, es decir en un grupo sociedad. Es así que la educación es fundamental por cuanto que constituye un proceso de formación integral humana, que le permite a los seres humanos adquirir los conocimientos, las habilidades y los que le permitan en su momento situarse personal y colectivamente en la sociedad, pero no para “normalizarse” y ser funcional a los intereses y criterios orientadores del “éxito” en una sociedad, sino para, operar y funcionar en su contexto colectivo, sin renunciar a su deber crítico y problematizador de los límites y falencias de su cultura circundante y en su caso actuar en diversos ámbitos para transformar la sociedad: desde la movilización social y/o la utilización las herramientas institucionales. Tal forma de situarse socialmente permitirá a los seres humanos hacer avanzar la sociedad hacia mejores condiciones generales para una vida feliz (entendiendo felicidad como un estado de bienestar subjetivo), sin descuidar el bien común.
Por lo dicho hasta ahora, se hace imperativo tomar conciencia de que en la base de cualquier modelo educativo subyace un modelo filosófico, que dota de consistencia antropológica, axiológica y epistemológica a dicho modelo, modelo filosófico que debe ser visibilizado y problematizado, es decir, sometido a una crítica racional, argumentada, para valorar si se justifica racionalmente, en el marco del ideal del ser humano y de sociedad que queremos contribuir a formar.