La semana pasada se habló en esta columna sobre las consecuencias que, a lo largo de su Historia, ha tenido para Nayarit la baja demografía.
Trascendiendo al aspecto económico, Nayarit manteniendo desde el virreinato una dinámica agrícola, a la que desde los años ochenta se ha sumado el turismo de playa. Aunque en los siglos XVII y XVIII el ganado constituyó la gran industria regional; de donde procedían hasta el 40% de las reses que se consumían en el centro del país, la mayoría de la población se ha dedicado ancestralmente a la producción primaria, que se cotiza muy barata o para el autoconsumo.
No hubo centros mineros de importancia comparable a Zacatecas o Guanajuato, y será hasta el siglo XIX cuando experimentó una primigenia industrialización representada por las fábricas de Jauja, Bellavista y los ingenios de Puga y La Escondida.
A estos aspectos se suma el hecho de que Nayarit no ha logrado integrarse hasta la fecha, a los polos de desarrollo nacional, ya sea por su ubicación geográfica, rezago infraestructural o falta de planeación. Esto únicamente pudo contarse durante los años de auge del puerto de San Blas, que entre 1767 y 1847 constituyó la entrada a la colonización de las Californias durante los gobiernos de España y México.
La región de Tepic se dinamizó y creció en esos años porque de aquí se surtía de dinero, enseres y gentes a los pueblos de California, situación que comenzó a disminuir cuando aquel territorio pasó a ser parte de los Estados Unidos de América, al perder nuestro país la guerra con dicha potencia.
El florecimiento de Mazatlán y Manzanillo condenaron por completo el crecimiento del puerto y su región proveedora ya a principios del siglo XX, lo que acabó en gran medida con el carácter cosmopolita, comercial e industrial de Tepic. El conflicto local que se desarrolló entre la oligarquía tepiqueña y el gobierno central trajo como consecuencia que el viejo Cantón de Tepic fuera considerado un foco rojo para la federación, principalmente en momentos claves del desarrollo nacional, como la segunda mitad del siglo XIX, en que el capitalismo se impuso como nuevo régimen social y económico a raíz de la definitiva derrota del Imperio Mexicano.
Mientras que las regiones Centro y Norte del país comenzaban a disfrutar de las inversiones, obra pública y despegue económico que devino con la paz, los lozadeños y lermistas seguían sublevados, situación que no se solucionó hasta el año de 1885.
En ese sentido, es importante reconocer que esta visión general sobre el tema tan sentido que hemos estado tratando, ha generado desde siempre las condiciones para que unas pocas familias dominen por completo la escena económica de la región. Además de los llamados “ricos de pueblo” o grupos de parentesco de influencia comarcal, lo cierto es que la creación de grandes monopolios ha sido una constante en este rincón del país. Ya desde principios del siglo XVII la familia Fernández de la Torre; originaria del pueblo de Jala y posesionaria de varias haciendas en Tepic, levantó una de las más grandes fortunas de Nueva Galicia, procedente de la explotación ganadera y azucarera. Muchos de los linajes aristocráticos de esta región se levantaron por las relaciones de parentesco, de compadrazgo o laborales que dejó el último representante de este grupo, benefactor de las misiones jesuíticas que colonizaron buena parte de los actuales Sinaloa y Sonora.
Ya en el siglo XVIII y también sustentados por el latifundio ganadero que se extendía desde Acaponeta hasta el Valle de Banderas, fue la familia Dávalos Bracamonte de Compostela, titulares del Condado de Miravalle. Durante el ocaso del periodo virreinal, las familias de comerciantes asentadas en Tepic y San Blas (como los Martínez Retes) sucedieron a estos grupos en la escena económica local; y ya lograda la independencia, serán las casas comerciales de Barron & Forbes y Castaños quienes impongan su voluntad en Tepic.
Barron & Forbes desplaza por medio de Lozada a su rival Castaños, posesionándose de cerca del 80% de las tierras productivas del Cantón tepiqueño, erigiendo una de las fortunas más importantes del país, que terminó emparentando con nobles europeos y la aristocracia porfiriana que construyó el ferrocarril México-Veracruz. Su sucesor fue la Casa Aguirre y otras firmas comerciales españolas y alemanas, que en contubernio con el gobierno hicieron negocios con la ejecución y administración de la obra pública local en el porfiriato. Los Menchaca y Echevarría son en la actualidad, sucesores de estos grupos económicos que, a la vez, han conquistado la esfera política en esta sociedad desarticulada y con oportunidades limitadas de desarrollo, ejerciendo personalmente el poder público en diferentes ocasiones. Ese será el tema que abordaremos la siguiente semana, con el fin de concluir esta mirada general sobre los problemas históricos que viene arrastrando Nayarit.