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La variante del virus SARS-CoV-2 identificada en Reino Unido (B.1.1.7) se detectó por primera vez en un patógeno aislado a partir de un paciente el 20 de septiembre de 2020, pero en un primer momento no generó ninguna sospecha. A mitad de noviembre ya estaba presente en 26 por ciento de los casos. En la semana del 9 de diciembre, en 60 por ciento de las muestras secuenciadas de pacientes en Londres. Hoy es dominante en el país y está presente en otras 70 naciones. 

A finales de 2020, la Red de Vigilancia Genómica de Sudáfrica identificó la variante 501Y.V2. Esta parece que puede propagarse mejor entre las personas en comparación con otras, y además podría ser capaz de evadir parcialmente los anticuerpos generados por una infección anterior o la vacuna. Hoy está presente en más de 40 países. 

En enero de 2021 se identificó por primera vez la variante P.1 en viajeros provenientes de Brasil que llegaron a Japón. Esta tiene mutaciones que, al igual que lo que ocurre con la identificada en Sudáfrica, podrían afectar a la capacidad de los anticuerpos generados, ya sea por la infección natural o por la vacunación, de reconocer y neutralizar el virus. 

Estos datos son preocupantes y hacen sospechar que estas variantes pueden tener un efecto importante en la forma en la que infecta el patógeno, ya sea aumentando su transmisión, infectividad o esquivando a nuestro sistema inmune. Sin embargo, ¿por qué solo se habla de sospechas y no se dice claramente si estas variantes son peligrosas o no? ¿Por qué tardan tanto en decir algo que parece tan evidente? 

La respuesta es que no se dice porque realmente no se sabe con rotundidad. Es cierto que la ciencia no va siempre tan rápido como nos gustaría, pero es importante tener en cuenta que el hecho de que algo pueda parece evidente no significa que sea cierto. Antes de afirmar algo, hay que comprobarlo. 

Hasta ahora lo único que tenemos son datos epidemiológicos donde se compara el crecimiento en el número casos infectados con cada variante dentro de una misma población. De ahí vienen los titulares que dicen que “la variante de Reino Unido podría ser hasta 70 por ciento más contagiosa”. 

Sin embargo, aunque con estos datos podemos sospechar muy claramente que algunas de estas variantes podrían transmitirse mejor, no se puede concluir nada porque son solo estimaciones. Esos porcentajes podrían deberse a otras razones. Por ejemplo, a eventos de superpropagación o a que esas variantes simplemente crecen un poquito mejor que las anteriores y por eso se han impuesto de forma tan clara. 

Un ejemplo de evento de superpropagación podría ser un individuo infectado con una nueva variante que va a una fiesta o un concierto donde no usa medidas de prevención, o simplemente tiene una gran vida social y hace caso omiso de las recomendaciones. 

Por otro lado, un ejemplo de mutación que otorga cierta ventaja al virus, pero no necesariamente hace que se transmita mejor la tenemos en la mutación D614G. Esta apareció en Europa en febrero de 2020 y acabó imponiéndose en el resto del mundo en unos meses. Hasta ahora, hay ciertas evidencias en laboratorio de que los virus con esta mutación podrían transmitirse mejor, pero no está del todo claro. 

¿Cómo se explica entonces que haya tantos casos? Puede ocurrir que un virus crezca mejor que otros en células, y por eso se impone su secuencia. Sin embargo, esto no siempre significa que tenga que aumentar su transmisión. 

Por lo tanto, aunque todo indique que estas variantes puedan ser más transmisibles que las anteriores, para poder concluir realmente algo hay que hacer experimentos controlados en el laboratorio. Esto requiere de tiempo y solventar ciertos problemas que van apareciendo. El reto de estudiar variantes en el laboratorio. 

Lo primero que hay que hacer es ver cómo crecen las nuevas variantes en cultivos celulares en comparación con las anteriores. Sin embargo, esto presenta un gran problema porque el SARS-CoV-2, además de mutar cuando infecta en personas, también lo hace en el laboratorio. 

Para poder estudiarlos, primero hay que hacerlo crecer en células hasta tener cantidad suficiente para hacer experimentos. El problema es que cuando se multiplican suelen adquirir mutaciones en ciertas regiones de su genoma. 

Por lo general, la parte del virus que muta más al replicarse en laboratorio es la proteína S (la llave que utiliza el virus para entrar en la célula) que también es la zona donde la mayoría de las nuevas variantes ha incorporado las mutaciones más interesantes. 

Por lo tanto, no es tan fácil como tener el virus y hacer experimentos. Primero hay que cultivarlo en cantidades suficiente y asegurarse, en cada paso, de que mantiene las mutaciones originales y que, además, no ha incorporado otras nuevas. 

Una vez que se tiene el patógeno y se ha visto cómo crece, lo siguiente es hacer experimentos para estudiar su transmisión en comparación con otras variantes. Para ello se usan modelos animales, como por ejemplo, hurones. 

En estos experimentos se infectan los animales y se colocan en celdas con otros sin infectar para ver si hay transmisión directa o no. Además, se colocan animales en otras celdas para evaluar la transmisión indirecta. 

Además, hay tener que tener en cuenta que el efecto de las distintas mutaciones puede ir mucho más allá de aumentar la transmisibilidad del virus o su letalidad. Por ejemplo, una prepublicación reciente y muy preliminar (pendiente de revisión por pares) sugiere que la infección por la variante identificada en Reino Unido podría durar más tiempo en comparación con las variantes anteriores y, así, escapar de las cuarentenas. Según esta hipótesis, que requerirá de más estudios que la corroboren o descarten, una solución podría ser alargar estos períodos. 

En resumen, para realmente concluir si estas nuevas variantes son más contagiosas o no, hay que hacer un determinado número de experimentos en laboratorio y solventar ciertos problemas que van apareciendo, lo cual requiere de un tiempo determinado. 

Por último, es importante remarcar que, aunque no haya evidencias concluyentes de que estas nuevas variantes sean más transmisibles o letales que las anteriores, está claro que algo hacen. Representan un problema real que hay que afrontar. 

Por lo tanto, en casos como estos, donde la sospecha de una mayor transmisión es bastante alta, es importante tomar decisiones aunque sea de manera preventiva y reforzar las medidas para evitar males mayores. 

Como ya se hizo publico, la vacuna de Pfizer y BioNTech contra el COVID-19 mostró una eficacia abrumadora contra el nuevo virus en un estudio que siguió a cerca de 1.2 millones de personas en Israel, resultados que según expertos en salud pública muestran que las inmunizaciones podrían poner fin a la pandemia. 

Dos dosis de la vacuna previnieron 94 por ciento de los casos de COVID-19 en 596 mil 618 personas inoculadas entre el 20 de diciembre y el 1 de febrero, una cuarta parte de los cuales eran mayores de 60 años, informaron equipos del Instituto de Investigación Clalit y la Universidad de Harvard en un estudio publicado el miércoles en el New England Journal of Medicine. 

Los investigadores compararon a cada persona inyectada con alguien que no había recibido una vacuna, lo que permitió el mejor análisis hasta ahora de si los resultados extremadamente buenos de un ensayo clínico anterior se mantendrían en el mundo real. 

La vacuna de Pfizer-BioNTech superó todos los obstáculos. De hecho, fue tan efectiva que expertos externos dijeron que con un uso lo suficientemente amplio sería posible detener la pandemia.

 

violeta

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