Ni siquiera viene al caso mencionar un nombre. Estamos ante una práctica cotidiana que se registra entre las filas de quienes se declaran tirios o troyanos. Los que un día son tirios, al otro son troyanos; aquellos que anochecen como tirios, amanecen como hijos de Ilión.
Les asiste la razón a quienes van de un lado a otro. Si lo hacen movidos por ideas, tienen razón. Si lo hacen por intereses personales, tienen razón. Otros cambian de bando por la simple y sencilla razón de que el bando al que le apostaban, los excluyó. Las personas necesitan espacios de realización, y esos espacios deben obtenerse de una forma u otra. La disciplina, está visto, no recompensa.
Unos lanzan anatemas contra quienes abandonan un paquete de siglas. Otros, al recibirlos, los beatifican y exorcizan todos sus demonios. A pesar de que actúan de igual manera, unos ven la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga que cargan en el suyo.
Hoy está de moda “acusar” al partido Morena, de “beatificar” a quienes dejan unas siglas para lanzarse a los brazos del partido fundado por Andrés Manuel López Obrador. Algunos se mesan los cabellos y se rasgan las vestiduras. Así reaccionan algunos al saber que una figura que era percibida como un ser malvado en algún partido, ahora es elevado a niveles de beatitud por entregarse pasionalmente a Morena.
Solamente que la realidad complica lo que se simplifica. ¿Quién se atreve a lanzar la primera piedra? Hemos visto que el tráfico de figuras de un lado a otro de lo que debería ser la geometría política, se da en todas direcciones. El mundo de las cuestiones públicas, que deberían ser cuestiones políticas, es un mundo, bidimensional. Existen excepciones, como parece ser, es ley universal.
¿A qué se debe ese ir y venir de unas siglas a otras? No existe una sino varias respuestas a esa pregunta que se ha planteado desde hace varias décadas. Es una pregunta que se mantiene viva porque afecta de manera generalizada a las siglas, principalmente desde el gran cisma del PRI en 1988.
Figuras como las de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, abandonaron al partido que les había llevado a los más altos niveles de la administración pública. Los tres se beneficiaron a su paso por un partido en el que militaron durante décadas y del que renegaron al final. Así, los tirios santifican a los tránsfugas que escapan de las filas troyanas; los troyanos santifican a los desertores de las filas tirias.
En 1988, los líderes de la Corriente Democrática del PRI abandonan a un partido y reciben la cobertura de las “izquierdas”. Esos partidos que habían sacrificado una figura tan relevante como la de Heberto Castillo, convierten en un beato laico a Cárdenas Solórzano y compañía.
No todas las izquierdas aceptaron sumarse a esa candidatura en 1988. Los disidentes de las “izquierdas” recordaban hechos que consideraban imperdonables, que marcaban el pasado de los neo-“izquierdistas”. Un ejemplo solamente para ilustrar este aserto, es el de los creadores de la teoría del “fraude electoral” de 1975 en el estado de Nayarit, donde Porfirio Muñoz Ledo fue actor central. (Años más tarde, en 1993, en Nayarit reconocía Porfirio que él había cometido el “fraude electoral” de 1975, y sostenía que por eso sabía del tema, el de los “fraudes electorales”).
Ese es solamente un ejemplo. Un ejemplo de la forma en la que fluyen los intereses personales que se convierten en hilos conductores hacia la beatitud.
El cisma del PRI en 1988 puede ser punto de inflexión en el escenario político mexicano y no solamente se muestra como un duelo de intereses personales y de unas camarillas contra otras. Ese cisma también fue movido por ideales democráticos, los de Cuauhtémoc, Porfirio, Ifigenia, y muchos más.
Antes de 1988, Pablo Gómez Álvarez había declarado que la izquierda estaba preparada para actuar en la política mexicana y hasta en caldos más espesos. En buena medida eso es lo que vemos ahora. Precisamente estamos ante los protagonistas de aquellas rebeliones que quitaron las armas a sus interlocutores, a los actores que las detentaban.
Hemos visto que del PAN transitan a Morena, del Verde al PRI, del PRI al PRD y de cualquier lado a cualquier otro. Son estos los espesos caldos en los que actúa Pablo Gómez; él y cientos de otros actores van de un lado a otro de esa geometría euclidiana.
Hoy vemos que no solamente los protagonistas de la escena política migran de un lado a otro: las siglas mismas se entreveran de manera absolutamente simple. ¿Acaso no vemos que el PRI, el PAN y el PRD, que hasta hace poco eran propuestas contrapuestas, ahora actúan de manera conjunta? Algo similar ocurre con Morena, el PES y el PT. Algunas alianzas se muestran como conjuntos heterogéneos que se plantean un solo propósito: acceder a los cargos de representación popular, a toda costa y para realizar sus objetivos personales.
En ausencia de partidos políticos, lo que se impone en el mejor de los casos, es la conformación de bloques de intereses que se aglutinan en torno a las siglas. Esos bloques de interés no hacen segmentos de “clase política”, sino “pactos de caballeros” que se mueven en pos de intereses concretos. Una de las mejores definiciones al respecto es la de don Manuel Moreno Sánchez: Donde otros ven lucha de clases, yo veo pleitos personales.
México es un país eminentemente surrealista: así se habría expresado André Bretón luego de una breve (pero surrealista) visita a nuestro país: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”*. Estamos ante una paradoja surrealista de enormes proporciones. Tenemos un sistema de partidos sin partidos (habitado por siglas en las que se depositan los más bajos niveles de confianza ciudadana), y un organismo electoral como el INE en el que los ciudadanos confían de manera muy significativa, atado procedimentalmente a las personas que detentan esas siglas.
El inicio de la actividad migratoria de unas siglas a otras, dio inicio en 1988, con el arribo de priistas que iniciaron un proceso de santificación que concluyó en 2018. Hoy, luego de tres décadas de actividad migratoria, esta se ha normalizado. Es un lugar común. Por eso, quienes ayer santificaron a los tránsfugas de unas siglas para caer en brazos de otras (siglas), no tienen razón para asustarse de lo que ahora ven. Nadie tiene razón para ver pajas en ojos ajenos.
Esto puede parecer un asunto menor, pero para quienes reclaman, proponen y promueven el “voto razonado”, es una trampa mortal. ¿Cómo razonar el voto en un escenario que solamente plantea falsas disyuntivas?
Mas peligro resulta lo que ocurre: el mal está escalando a niveles impredecibles. Mañana nadie debe asustarse porque las cosas hayan empeorado. Los que ahora se asustan, se espantan con sus propias sombras.
Hace unos cuantos días, creo que de manera suave, conservadora y hasta fifí, el ilustre y admirable don Mauricio Merino, sostenía sabiamente: “Pero lo que estamos atestiguando es lo opuesto: ni uno ni otro bando estarían dispuestos a reconocer el triunfo del adversario, porque ambos saben que no habrá reconciliación ni diálogo democrático: quien gane, usará la legitimidad de los votos como un arma para intentar liquidar lo que quede del enemigo. Y eso, en sana lógica, no es democracia sino guerra civil”. Eso tampoco es nada nuevo.
A mediados del siglo XIX, don Mariano Otero se refería a lo mismo. En esas fechas, el liberal jalisciense sostenía que, “Divididas las clases en bandos con tales o cuales principios políticos, cada uno de esos partidos cree o pretende que sus contrarios son la única causa de las desgracias de la nación; y es tal y tan ciego el frenesí con que sostienen sus diversas opiniones, que verían sin duda con menos sentimiento la pérdida total del país, que el triunfo de cualquier partido que no fuese el suyo”. Hoy vemos que tirios y troyanos se muestran dispuestos a incendiar su casa, con tal de ver arder la del vecino.
Una y otra vez vemos como se lanzan anatemas en todas direcciones. En todas direcciones se dan las migraciones y eso solamente puede empeorar en ausencia de partidos y de clase política. El mal ejemplo cunde con extrema facilidad. Lo que vemos hoy a muchos no nos extraña. Tampoco nos va a extrañar que las cosas empeoren impulsadas por el cinismo, el fariseísmo y el prevaricato. Eso sí: todo ello bajo el noble manto de la Ley.