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la insurrección de los pixeles cómo la 'generación z' pasó de discord a las celdas de la cdmx
Julio Alejo / Zócalo de la CDMX

La insurrección de los pixeles: cómo la ‘Generación Z’ pasó de Discord a las celdas de la CDMX

Lo que nació como un chat de videojuegos se transformó en el desafío callejero más complejo para el nuevo gobierno. Crónica de una marcha que mezcló banderas de anime, reclamos de vivienda y un saldo de 19 detenidos que hoy divide a la opinión pública.

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No había templetes ni oradores famosos. Bajo el sol de plomo de este sábado, la avenida Reforma se convirtió en un extraño híbrido entre una convención de cultura pop y una protesta de alto riesgo. Mientras los contingentes avanzaban, el sonido ambiente no eran los clásicos cánticos sindicales de las últimas décadas, sino una mezcla de openings de anime reproducidos en bocinas portátiles y gritos furiosos exigiendo un futuro habitable. “Nos dijeron que éramos de cristal, pero aquí estamos esquivando granadas de gas”, gritaba una joven con el rostro cubierto por una máscara de kitsune, resumiendo el espíritu de una jornada que desafió todos los pronósticos oficiales.

Para entender la furia en el asfalto, hay que mirar primero a las pantallas. Semanas atrás, en un servidor de Discord que originalmente servía para organizar partidas de videojuegos, comenzó a gestarse algo más grande. Cansados de ser llamados “bots” por la maquinaria propagandística oficial y de ser ignorados por la oposición tradicional, miles de usuarios anónimos comenzaron a redactar un pliego petitorio colaborativo. Sin líderes visibles y bajo nicks encriptados, la “Generación Z” organizó una movilización nacional sin gastar un solo peso en publicidad, demostrando que la infraestructura digital puede superar a la estructura partidista.

Aunque la violencia fue el detonante mediático tras el asesinato de figuras políticas locales, el corazón de la marcha latía por la precariedad económica. En las pancartas hechas a mano se leía una verdad incómoda para el gobierno actual: la crisis de vivienda. “No quiero una beca, quiero poder pagar una renta que no sea el 70% de mi sueldo”, rezaba el cartel de un estudiante de arquitectura. 

Desde el Palacio Nacional, la respuesta había sido despectiva. Días antes, la presidenta había sugerido que la marcha no era “auténticamente juvenil”, insinuando la mano negra de grupos conservadores o la llamada “Marea Rosa”. Sin embargo, sobre el terreno, la realidad era mucho más compleja. Si bien hubo intentos de políticos de oposición por colarse en la foto, fueron abucheados y expulsados por los mismos jóvenes. “Esta marcha es nuestra, no de los que ya nos fallaron antes”, se escuchó por los megáfonos cuando un contingente partidista intentó unirse a la columna principal en el Ángel de la Independencia.

La estética de la protesta marcará un antes y un después en el análisis sociológico mexicano. La bandera de los Sombreros de Paja (del anime One Piece) ondeaba junto al lábaro patrio con la misma solemnidad. Para estos jóvenes, Luffy —el protagonista de la serie que lucha contra un gobierno mundial corrupto— es un símbolo de libertad más potente que cualquier héroe de bronce de la historia oficial. Esta apropiación cultural desconcertó a las autoridades, que no supieron cómo leer un movimiento que habla un lenguaje visual que los manuales de política tradicional no registran.

La tensión escaló al llegar al primer cerco policial. Lo que comenzó como una marcha pacífica se fracturó con la aparición del llamado “Bloque Negro”, un grupo de encapuchados equipados con martillos, esmeriles y sierras eléctricas. A diferencia de otras ocasiones, donde la policía capitalina mantenía una distancia prudente, esta vez la orden parecía ser de contención absoluta. El sonido del metal cortando las vallas metálicas que protegen los monumentos históricos fue el preludio de una batalla campal que duró más de dos horas y transformó el centro histórico en una zona de guerra urbana.

El saldo fue brutal. La Secretaría de Seguridad Ciudadana reportó más de cien policías heridos, algunos con quemaduras y contusiones graves. La estrategia de “encapsulamiento”, prohibida en teoría pero aplicada de facto, dejó a cientos de manifestantes pacíficos atrapados entre el gas lacrimógeno y los escudos antimotines. Videos en redes sociales mostraron el caos: jóvenes intentando huir por calles laterales mientras eran perseguidos por motocicletas oficiales, una imagen que evocó fantasmas de represiones pasadas que este gobierno prometió erradicar.

Al caer la noche, la cifra oficial de detenidos ascendió a 19 personas. Entre ellos no solo había agitadores del bloque negro, sino también estudiantes de periodismo y observadores de derechos humanos que documentaban los hechos. La Fiscalía capitalina actuó con una rapidez inusitada, abriendo carpetas de investigación por delitos graves como “tentativa de homicidio” y “ataques a la paz pública”. Para los familiares que esperaban afuera de las agencias del Ministerio Público, la criminalización de la protesta fue la respuesta final del Estado al diálogo que los jóvenes habían solicitado.

En las horas siguientes, la situación legal de los detenidos se volvió el nuevo campo de batalla. Mientras un juez de control vinculaba a proceso a cinco de los arrestados bajo medidas cautelares de prisión preventiva, la defensa legal de los colectivos denunciaba detenciones arbitrarias y fabricación de culpables. “Están usando a estos chicos como chivos expiatorios para mandar un mensaje de miedo”, declaró uno de los abogados defensores. La liberación de otros 14 detenidos por falta de pruebas solo alimentó la narrativa de que el operativo policial fue indiscriminado y punitivo.

Hoy, con las calles ya limpias pero las redes sociales ardiendo, la pregunta sigue en el aire: ¿Fue este el debut y despedida de la Generación Z en la política mexicana, o el inicio de una resistencia sostenida? A pesar de las detenciones y la descalificación oficial, los servidores de Discord registran más actividad que nunca. Lejos de desmovilizarse, la represión parece haber activado un sentido de urgencia en un sector que, hasta ayer, muchos consideraban apático. Como escribió un usuario en el chat general del movimiento la madrugada del domingo: “Ya nos quitaron el miedo, ahora nos tienen que devolver el futuro”.

 
 

 

 

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