“Necesitamos (re)politizar la sociedad”…esta frase se ha vuelto común, especialmente a la luz de la crisis de la llamada democracia liberal/formal, y a la necesidad de replantear radicalmente las bases teóricas que subyacen el modelo democrático inspirado por el liberalismo político. Tal estado de cosas ha puesto al descubierto los límites del liberalismo político y económico, habiendo sucedido hace algunas décadas la caída del muro alemán, y con ello la ilusión de una sociedad organizada bajo la inspiración del modelo marxista de factura soviética, sin que ello signifique el fin de la legítima y actual aspiración de construir una sociedad que priorice la dimensión comunitaria del ser humano frente a una visión casi absoluta del valor de la autonomía personal.
Tal pérdida de confianza en la democracia formal, así como el consecuente llamado a (re)politizar la sociedad ha generado la imperativa necesidad de establecer los elementos que dan sentido al concepto “política”. Es por ello que en esta ocasión, quiero poner sobre la mesa una foto panorámica y “pixelada”de las diversas formas en que se ha conceptualizado la política a lo largo la historia occidental de las ideas. Esto revela, desde ya, que “política” es un concepto (significante) que admite diversos significados.
Diremos primero que, más allá del espectro ideológico político, hablar de LA política, es hablar de ese marco general en el que actúan los actores individuales y colectivos en su lucha por el acceso, ejercicio, distribución y aumento del poder -inherente a la condición humana- con la idea de organizar la sociedad con arreglo a cierta precomprensión de ésta.
De esta manera, la tradición griega antigua presenta la política como aquello relativo a la “polis”, queriendo refiriéndose con ello, más que a un lugar físico, que también, al espacio simbólico que representa el interés de todos, por cuanto que es la polis el modelo de comunidad que más perfecciona al ser humano en sus facultades intelectuales y morales, a diferencia de la familia y la aldea como modos comunitarios de vida necesarios, aunque menos perfectos. Si la polis es el modelo comunitario que más perfecciona al ser humano, ello supone la obligación moral del ser humano de velar por los intereses de la comunidad materializada en la polis.
Subsidiaria parcialmente de esta forma de concebir la política es la visión cristiana medieval (y que subsiste hasta hoy, si bien perfeccionada con las ideas contemporáneas), donde la política es cualquier actividad, institucional o colectiva, ordenada a la consecución del Bien Común, entendido éste como la actividad que busca establecer condiciones para que las personas, consideradas individual y comunitariamente, puedan materializar sus planes de vida con un sentido de cooperación social, y bajo la guía de valores tales como la justicia, la libertad, la dignidad humana, la subsidiariedad, la solidaridad, entre otros.
Con la modernidad temprana nace una nueva forma de concebir la ciencia a partir de una visión positivista, que busca crear modelos teóricos explicativos a partir de la matematización y experimentación. Con ello nace la ciencia política, y la idea de la política se significa como un espacio de contención institucional en el que los actores políticos (candidatos, partidos) pueden competir y ser votados libremente.
En la posmodernidad y su obsesión por reducir el ser a su dimensión contingente, surge la idea de política como hegemonía discursiva, donde la realidad es un artificio del lenguaje que se puede modelar a partir de la construcción de la categoría binaria “nosotros-ellos”, versión edulcorada de la categoría “amigo-enemigo” (cf. Carl Schmitt, “El concepto de lo político”). De esta manera, “ellos” son todos aquellos que se oponen al proyecto del “nosotros”, el pueblo, categoría que tampoco existe por sí, sino que también es el resultado de un proceso estructurante a partir de la articulación discursiva de demandas de diversos sectores de la sociedad.
La diferencia entre los primeros conceptos y el posmoderno, es que aquellos, al final del día, reconocen en la política un espacio de autocontención moral-institucional que permite llegar a determinados acuerdos (la política como el arte de lograr consensos/acuerdos). Por su parte, la política como hegemonía discursiva es concebida de forma relevante como conflicto, lo que supone, de ser necesario, eliminar políticamente al “ellos” si se oponen a la voluntad popular encarnada en el “nosotros” (el pueblo). Lo anterior, “in extremis” pudiese ser admisible siempre que dicha “eliminación” del “otro” político, se enmarque dentro de las reglas del circuito institucional (v.gr. pasar un reforma cuando el partido en el gobierno tiene mayoría y no vulnera derechos humanos, aún cuando las minorías parlamentarias se opongan). La otra forma de politizar la sociedad bajo el criterio de la hegemonía discursiva, es aquella que, bajo el argumento del “porque así lo quiso el pueblo”, justifica cualquier acción, incluyendo la excepción del derecho como vía de configuración de la voluntad política popular. Carl Schmitt justificaba tal estado de excepción como un caso especial en el que es procedente y necesario suspender la vigencia del derecho para salvar el derecho.
¿Con cuál concepto de “política” operaremos para (re)politizar la sociedad? El debate está servido.