Esta mañana, unos minutos antes de la sesión virtual de presentación con estudiantes de nuevo ingreso al Programa Académico de Filosofía de la Universidad Autónoma de Nayarit, buscando la liga electrónica para “accesar”, mis ojos “chocaron” con una imagen con un listón negro a la izquierda y con tres “logos” en la parte superior: a la izquierda, el de la Universidad Autónoma de Nayarit; a la derecha, el de la Unidad Académica de Educación y Humanidades y, al centro, el tecolote-lechuza del Programa Académico de Filosofía.
¿Su contenido? Un mensaje de solidaridad institucional con “el compañero y amigo César Ricardo Luque y su hija Sara Luque Cadenas” y el deseo que ellos y otros familiares puedan encontrar la fortaleza en su duelo.
¿El motivo? “El sensible fallecimiento de nuestra querida amiga [la] Dra. Yolanda Cadenas Gómez”
Hace días, la Mtra. Tania Rodríguez, Coordinadora del Programa me había informado que la doctora Cadenas estaba internada en el IMSS con Covid y, aunque, como es normal en la coyuntura de la “tercera ola” de esta pandemia, no descarté un desenlace fatal, el impacto derivado de la lectura del texto contenido en la imagen fue muy fuerte, mucho más que la noticia de otras muertes recientes de personas conocidas, apreciadas, algunas de ellas, muy cercanas.
Sin intentar desentrañar exhaustivamente —no me sería posible y menos en este espacio— los mecanismos internos puestos en movimiento por esta noticia, me limito a decir que la primera muerte que vino a mi “memoria emocional” fue la de Raymundo Arjona de León, uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida y que la noche que fui enterado de su fallecimiento —por cierto varios días después de que había ocurrido y de haber sido sepultado— me movió a una larga sesión nocturno-musical cuyo punto de partida, centro y culmen fue Cuando un amigo se va, de Alberto Cortez; una sesión en que ocupó también un lugar significativo Gracias a la vida, esa obra maestra de Violeta Parra, esa noche en la interpretación de Joan Báez, así como a escribir unas palabras que titulé “Cuando un amigo se fue”…
¿Qué ha unido en mí estas dos muertes, aparentemente tan diferentes en sí mismas?
Me atrevo a decir que obedece al hecho que, más allá de las diferencias indudables entre la relación prolongada, estrecha, constante con Raymundo y la relación prolongada, sí, pero, aparentemente, ni estrecha, ni constante con Yolanda, en ambos casos se estrecharon lazos muy fuertes y profundos de amistad y de admiración.
Con Raymundo, los lazos de amistad se dieron por la común vocación al ministerio sacerdotal, desde la cual compartimos las más diversas experiencias a lo largo de muchos años; mi admiración por él, surgió, particularmente, de su habilidad para jugar futbol y de su osadía de elegir ejercer su ministerio desde la Congregación de los Misioneros de Guadalupe, es decir, “en misiones extranjeras” y, más concretamente en Kenia.
Con la Doctora Yolanda, los lazos de amistad se dieron en una forma que se podría denominar “amistad a primera vista”, ya que desde el momento que la conocí, me encantó su trato, su conversación capaz de transitar desde los asuntos más triviales hasta las profundidades de sus investigaciones sobre Filosofía de la Física; me encantaba ver su ansiedad por un cigarro y, en cuanto podía encenderlo, verla disfrutar cada fumada… Cuando la veía venir, me encantaba hacerme disimulado con la supuesta intención de no saludarla. Mi admiración por ella tuvo que ver con la claridad que era capaz de plasmar en los artículos que escribía, en la amplitud de su cultura, que iba de las culturas clásicas, hasta el ajedrez o Nietzsche, en la asertividad increíble que mostraba cuando afirmaba que alguien que no sabe física, no es capaz de estudiar satisfactoriamente la Filosofía de la Física o cuando sostenía que su vocación, que aquello para lo que se formó, era la investigación, no la docencia, en la que, sin embargo, fue brillante.
Sin embargo, creo que, lo que más me movió a unirles en mi memoria emocional esta mañana, ha sido algo que han tenido en común: el no haber podido dar “todo de sí”, el haber quedado lejos de lo que pudieron haber hecho y sido…
En Raymundo, creo haber percibido el pesar y el penar de no haber podido realizar su sueño de vivir el ministerio sacerdotal en las “misiones extranjeras” [aunque muy probablemente hubiera terminado siendo formador u ocupado algún cargo directivo]…
En Yolanda, creo haber vislumbrado el pesar y el penar de no haber encontrado los apoyos necesarios para su vocación investigadora, el haber encontrado tantos obstáculos para su vocación personal, distante de los modelos vigentes no solo en la UAN, sino, en general en las universidades de nuestro país, especialmente en tiempos recientes.
Creo, sinceramente, que Yolanda pudo haber hecho una carreta brillante en alguna universidad norteamericana o de algún otro país que contara con presupuesto importantes para proyectos de investigación, que debió haber contado con los apoyos necesarios para el desarrollo pleno de sus investigaciones y para el desarrollo pleno de sus capacidades y habilidades… Desgraciadamente, no ha sido así y, llanamente, no será, porque ella no está más…
Yolanda, descansa en paz y, ojalá, te lleves la sorpresa de tu vida después de tu muerte…
Que hay alguien más allá de la muerte, que te ama y que te espera, para cenar juntos, tus platillos favoritos y sin restricción alguna para fumar mientras charlas…