Esta vez, la fuente de “mis palabras” ha llegado a “mis manos” de manera fortuita e inesperada.
Hace unos días “cayó en mis manos y se abrió ante mis ojos” un texto de Néstor Chávez Gradilla —Cronista del Municipio de Acaponeta— titulado “Porfirio Mayorquín. El Pillaco: Aventuras y desventuras de un guerrillero cristero acaponetense en la región serrana del sur del Estado de Durango y del norte de Nayarit”; un texto que es fruto de una investigación realizada a lo largo de más de treinta años.
El objetivo primario de su llegada a mí y de mi lectura del mismo, consistía en llevar a cabo una nueva revisión de ortografía, sintaxis y “errores de dedo” en vistas de su publicación. Una vez vencidas mis resistencias a una labor curiosamente compleja para quienes tienen el hábito de leer porque, ordinariamente, no suelen prestar atención a ese tipo de detalles, me dispuse a la mencionada revisión, misma que traté de realizar de la mejor manera que me fue posible, tratando de respetar el estilo de escritura del autor, su manera de introducir comas, mayúsculas, abreviaturas y elementos semejantes, haciendo apenas algunos pocos ajustes ya que, al leer el texto, me di cuenta que era poco ya lo que podría cambiársele.
Pero eso sí, a medida que iba avanzando en la lectura, fui experimentando dentro de mí la tensión entre el revisor y el lector y tuve que hacer un esfuerzo especial para no renunciar al objetivo primario de mi lectura.
Y, como era de esperarse, el lector fue predominando sobre el revisor y, finalmente, aquel dio paso libre al escritor, ese que ahora y aquí, se dispone a escribir unas palabras que —retomando otra estafeta de manos de mi hermano Manuel, esa de sus Libros en los ojos— tienen como pretensión, compartir algunos pormenores de mi recepción de su lectura y, sobre todo, invitar a quienes lean estas palabras, a disfrutar, en algún momento, de las “aventuras y desventuras de Porfirio Mayorquín, El Pillaco— narradas por “la pluma” de Néstor Sánchez Gradilla.
Ante todo, debo decir que una investigación de más de treinta años, merece todo el respeto y la admiración.
Mas no solo eso, sino que a lo largo de los 18 temas que componen el libro —seguidos de otros dos que pudieran considerarse más bien anexos— el autor nos lleva, como de la mano. a visitar Acaponeta y Huajicori, a ubicarnos en poblados del norte de Nayarit, del sur de Sinaloa y del Estado de Durango; a subir a la región serrana de Nayarit y de Durango para ser testigos —casi presenciales— de diversas batallas de La Cristiada en Nayarit y Durango; a conocer —casi personalmente— a distintos personajes de los bandos en conflicto e, incluso, algunas confrontaciones entre miembros de un mismo bando; triunfos y derrotas, asaltos y muertes, promesas y huidas, dramas y tragedias familiares…
La división de la obra por temas —que no siguen rigurosamente un orden cronológico— permite una lectura por partes y, aunque por momentos la trama de los acontecimientos narrados parece interrumpirse con alguna cita o con alguna “intromisión” del autor, estas no impiden que el acceso a los acontecimientos y a sus personajes principales se pueda seguir paso a paso, tema por tema y contextualizarlo en el marco de una persecución religiosa encabezada por el General Calles durante y después de su mandato presidencial.
Todo ello —como es inevitable en toda obra de carácter histórico— contemplado desde una perspectiva, en este caso, claramente pro-cristera y, consecuentemente, con una buena dosis de postura crítica frente a las acciones del Gobierno Federal, particularmente, en materia de persecución religiosa y de despojo de tierras a los pueblos originarios, acciones en que contaban con el apoyo de rurales y agraristas.
Me pareció valioso que, a pesar de ese enfoque pro-cristero en que los protagonistas de ese bando son valorados de manera más positiva, nuestro cronista no caiga en el maniqueísmo que suele hacer acto de presencia en la mayor parte de los textos de carácter histórico en nuestro país.
Entre todos esos acontecimientos y personajes, me llamó particularmente la atención la participación de miembros de diversos pueblos originarios: coras, tepehuanes, mexicaneros, huicholes, acaxees y xiximes en el movimiento cristero, incorporados al movimiento, probablemente, no por la persecución de carácter religioso, sino teniendo como propósito la recuperación de las tierras de las que habían sido despojados, así como la participación de mujeres católicas con apoyos diversos y valiosos al movimiento.
Interesante ir siguiendo, por un lado, el proceso de reclutamiento, organización y movilización de los Cristeros y, por otro, al Ejército, los agraristas y los rurales persiguiéndoles y combatiéndoles, a veces con éxito, a veces no, incluso más allá de “los arreglos” y de la promesa incumplida de amnistía…
Más concretamente, encontré interesante enterarme del porqué del nombre de los Transportes Victoria, así como conocer un poco más de la vida y obra del General Juventino Espinosa, “el padrino de El Pillaco”, compañero y amigo de mi papá, cuya casa recuerdo haber visitado en mi niñez por el Paseo de la Loma, en ese tiempo habitada por su hijo Martín…
Y, por supuesto y, por encima de todos, la figura del protagonista principal del texto, Porfirio Mayorquín, El Pillaco, un personaje relevante del movimiento cristero en la región y un verdadero héroe de la microhistoria de la Cristiada nayarita que, de no ser por la investigación del Cronista del Municipio de Acaponeta, probablemente, nunca hubiera llegado a ser conocido y, por qué no, admirado.
Gracias, Néstor Chávez, por esta investigación y recopilación histórica, Gracias por hacerla llegar a nuestras manos, a nuestros ojos y a nuestro corazón.
Gracias a quienes fueron testigos, actores y víctimas de este pasaje de nuestra historia regional y que han contribuido con sus testimonios a la realización de esta obra…