La crisis de Covid-19 ha sido muy dura con los animales de compañía: frenó adopciones durante la primera y segunda ola, disparó la eutanasia en los antirrábicos y el confinamiento paralizó a los voluntarios que solían ir a los albergues a pasear a los perros para ejercitarlos por unas horas y subirles el ánimo.
“Escribir que el coronavirus es un rompedor de hogares se ha vuelto un lugar común desde hace un año”, señala Oscar Balderas, quien dejó este texto en Eme Equis, el cual me permito compartir:
Con más de 2.6 millones de muertes en el mundo –hasta ahora– es difícil encontrar a alguien que no conozca una familia que hoy está incompleta por la pandemia. Óscar Balmen,
El dolor está a la vista: funerales vacíos, cementerios llenos, urnas con cenizas que ocupan el lugar donde antes papá trabajaba o donde la hija estudiaba.
Pero hay otro dolor que casi no se mira y sucede en la vida de los animales de compañía: ellas y ellos también están sufriendo con la pandemia, especialmente quienes viven el doble duelo de no ver más a su humano y de perder la casa en la que crecieron.
Durante la segunda ola de la pandemia en México, la rutina de Terry se descolocó. Le pasó lo que a millones en el mundo: un día todo estaba bien y, al otro, un nuevo virus atacó su corta vida desencadenando una catástrofe tras otra. Su “madre”, la que lo cuidaba desde pequeño, contrajo coronavirus y, tras una intensa batalla, falleció en un hospital.
Sin saber cómo ni cuándo ni por qué, Terry perdió todo lo que lo hacía un perrito afortunado que había dejado las calles gracias a un corazón desinteresado: ya no tenía casa, comida, el calor de su humana y hasta la compañía de sus hermanas, Darla y Maggi.
La mujer que lo cuidaba no sólo era su “mamá”. Era también una activista por los derechos animales en la Ciudad de México que, después de su fallecimiento, dejó a más de 20 animales desamparados que, de pronto, tenían las patitas en las calles de la capital, donde más de 140 mil perros callejeros sobreviven peleando por migajas.
“Ella se dedicaba a recoger perritos de la calle y los alimentaba, los tenía en su casa. Cuando falleció sus familiares de inmediato mostraron mucho interés en quedarse con la casa, pero les estorbaban los animales. Nadie quiso hacerse cargo de ellos”, cuenta Norma Huerta,presidenta del refugio Mundo Patitas.
De los 20 perros que vivían con Terry, Mundo Patitas sólo pudo acoger a sus “hermanas” y unos más. El destino de los otros 17 es incierto, aunque Norma Huerta sospecha que es muy probable que hayan regresado a dormir en la intemperie y a hurgar entre la basura por un poco de comida.
“Hubiéramos querido adoptar a todos, pero la situación de los refugios es crítica…”, dice la activista por los derechos animales con más de 15 años de trayectoria. “Nadie está hablando de esto, pero el coronavirus también está dejando ‘huérfanos’ a los perritos y los está mandando a la calle”.
El refugio Peludos Desamparados, que dirige Jacqueline Baca, es otro testigo de que la cantidad de perros y gatos que llegan a los refugios sin dueño se ha disparado: a veces pasa que murió el papá de un peludo y luego la mamá, o viceversa, y la familia que sobrevive no puede o no quiere hacerse cargo.
Esto ha puesto una presión tremenda sobre albergues y refugios para animales: sólo en Mundo Patitas se registró un incremento de 70% de nuevos inquilinos. La mayoría de ellos ya no son rescatados de la calle, sino de un hogar familiar que los mira como estorbos.
Y más perros y gatos rescatados significa que se necesita más comida. Hay refugios que, por el tamaño y cantidad de los peludos que atienden, requieren hasta dos bultos de comida al día que cuestan 500 pesos cada uno. Es decir, 30 mil pesos mensuales, sólo en alimentos.
A eso hay que sumar servicios médicos, esterilizaciones, limpieza y el sueldo de cuidadores en un ecosistema muy frágil. Basta un piojo en el pelo de un perro para desatar una crisis de parásitos que merma las finanzas ya endebles de los refugios.
“Yo estaba acostumbrada a tener 20 donantes cautivos. Cada mes me apoyaban con 200, 500 pesos. Ahora tengo sólo cinco; los demás me han dicho, con mucha pena, que la crisis los dejó sin recursos para donar”, asegura Jessica Martínez, quien rescata perros en su casa de Huehuetoca, Estado de México.
“Yo te lo digo con pena: me he tenido que quedar sin cenar para que cenen los perros, porque ya no hay dinero. Mis donantes hoy están desempleados y sin un peso en la bolsa”.
“Antes de la pandemia nosotros colocábamos a 500 perritos anuales por adopciones; en la pandemia apenas logramos cinco. Estamos en crisis total. Todo falta y lo que sobra son perritos que necesitan ayuda, pero que ya no podemos atender”, lamenta la directora del refugio Peludos Desamparados.
También cortó el suministro de medicamentos veterinarios de especialidad, como oncológicos o hepáticos, que es una de las principales causas de abandono: cuando un perro o gato enferma gravemente, y su atención representa un alto costo económico, es muy común que los dueños los abandonen en la calle.
“Todavía, a un año de la pandemia, la gente cree que los animales transmiten el virus a los humanos. Es de una ignorancia tremenda. Nos ha pasado que preguntan por un perrito en adopción, le mostramos a alguno y los posibles adoptantes se entusiasman. Pero en cuanto se enteran que ese perrito vivía en una casa donde alguien murió por coronavirus, te dejan de contestar”, lamenta Norma Huerta.
Y luego hay otros casos, como el del hombre que vivía solo por la zona de Tlatelolco y enfermó de coronavirus. Cuando los síntomas se agravaron, y la hospitalización parecía inevitable, llamó a Mundo Patitas y les pidió que recogieran a su perro para que tuviera un hogar y comida, mientras él se recuperaba.
Tras semanas en el hospital, aquel hombre sobrevivió al virus. Y cuando avisó que volvería a casa, Norma Huerta estaba lista para devolverle a su perro, pero antes la activista le hizo una aclaración: su perro había sido esterilizado, de acuerdo con las normas del refugio.
“Yo supongo que ese hombre quería a su perro sólo para reproducirlo, porque cuando supo que no podría tener crías, jamás me volvió a contestar el teléfono. Me colgaba y me colgaba. Tampoco abrió la puerta. Lo desamparó sin mirar atrás… la pandemia también está sacando lo peor de las personas frente a los animales”.
Pese a todo, hay destellos de esperanza. En el mundo, ante el incremento de perros y gatos en albergues, distintas organizaciones civiles han comenzado procesos de adopción masiva. Pasó en Estados Unidos, España, Argentina. Y en México también, con cifras récord.
En agosto del año pasado, Fabiola Sandoval, presidenta de Rescue Me Tijuana, lanzó una campaña para adopciones rápidas, que de cualquier modo pasaban por un filtro de idoneidad para los candidatos. Como nunca antes había pasado, las solicitudes se agotaron en unas horas.
El encierro, la depresión del confinamiento y los beneficios de una mascota en casa comienzan a despresurizar los albergues rebasados por la pandemia. Es un proceso lento, dice Jessica Martínez, pero podría llevar a un número histórico de adopciones, aunque tal vez no sean las suficientes o las que se necesitan.
También, la pandemia parece haber despertado en algunas personas una alerta sobre animales en abandono, como la usuaria de Twitter, @ana_leticiaD, quien en febrero logró el rescate de perros que quedaron atrapados en una casa donde su dueño falleció por coronavirus.
“En la esquina de calle 8 y calle 21 s/n, en ProHogar, Azcapotzalco, hay 2 perros encerrados desde hace varios días. El dueño murió x Covid. Es imposible darles agua o ver su estado. Solo se escuchan sus ladridos”, escribió la docente en Comunicación.
“Ha sido una temporada difícil, pero no nos quita el aliento… sí, la gente muestra su peor rostro en la crisis, pero también lo mejor”, dice Norma Huerta. “Tal vez en el futuro, la pandemia nos haga valorar más a los animales… que todo lo que hicieron por nosotros en el confinamiento nos haga nunca jamás pagarles con el abandono en las calles”.
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