Los de la UNAM ganaron 4-0, justo el marcador que requerían para consumar una de las remontadas más espectaculares en toda la historia del futbol mexicano y, de paso, hundieron a Cruz Azul en su vergüenza, en sus traumas y sus dolores.
Cruz Azul marcó su propio destino con un partido infame donde dejaron lo de equipo grande en un mote inmerecido, porque los celestes jugaron como el más enano, con el miedo soplando a su nuca atrayendo a sus viejos fantasmas de vuelta. Digno de diván.
Como si de un mal presagio se tratara, la Máquina no contó con uno de sus máximos líderes en la cancha, José de Jesús Corona, a quien la holgura del resultado en la ida le permitió descansar para no agravar una dolencia muscular.
El precio que se pagó fue alto. Y no porque Sebastián Jurado haya sido factor en la goleada que le propinaron a los cementeros, pero quedó claro que si algo adoleció este equipo fue de pilares sobre los cuales sostenerse en los momentos de mayor presión.
Los once de esta noche en CU por parte de Cruz Azul cargarán durante toda su vida con ese lastre de haber permitido que el miedo los hiciera sus víctimas. Este fracaso se convertirá en la peor de sus pesadillas. Los detractores del formato de liguilla en el futbol mexicano deben tener la cabeza metida en un hoyo tras el juego de vuelta de la semifinal entre Pumas y Cruz Azul.
Los amargos dirán que lo que prevaleció fue un concierto de errores y un exceso de corazón pero poco futbol lo que se vivió en el estadio Olímpico, pero la verdad, ¿eso a quién le importa cuando el nervio y la pasión explotan así?
Los Pumas enarbolaron los mejores conceptos históricos de su ADN: corazón y garra. Su regreso a una final no podía ser de otra forma, y ni su afición se los hubiera permitido. Este equipo de Andrés Lillini destaca, precisamente, por su espíritu, ese que lo hace diferente y con una personalidad muy propia, que ningún otro club del futbol mexicano tiene.
Sería injusto enlistar a los héroes auruazules de esta noche cuando, en realidad, todos los integrantes del equipo se batieron por igual. No hubo uno que desentonara en ese objetivo de luchar, literal, hasta el último suspiro del partido.
El milagro auriazul comenzó a consumarse desde muy temprano, apenas al minuto tres, en una jugada que nació en tiro de esquina y que dejó el balón muerto en el área para que Dinenno la empujara. A los 36 minutos, César Ramos estaba cometiendo una injusticia al anular otro gol de Dinenno por supuesto fuera de lugar, pero llegaría el VAR a rescatar el plano para darlo por bueno para el 2-0.
Cuatro minutos después, Carlos González reflejó con su gol lo que fue Pumas todo el partido: primer remate dentro del área rechazado, rápida reacción y segundo disparo, violento, seco para cruzar a Jurado.
En el segundo tiempo, la tensión llegó a su punto más alto y el partido se convirtió como en una cáscara de barrio, donde, se sabía, el que metiera gol ganaba. Y ese fue Pumas. A dos minutos del final, llegó un centro al corazón del área cementera mal medido por Cata Domínguez, lo que permitió que Vigón conectara solitario con el balón para mandarla al fondo y decretar la hombrada auriazul y la vergüenza mayúscula cementera.